EL TEMPLO (PARTE 3)

En el siglo VI a.C., el pueblo de Dios, luego de ser vencido por los babilonios, fue desterrado y permaneció cautivo en Babilonia por cerca de setenta años. Para los más devotos, fue un tiempo de penitencia, un tiempo de reflexión, de maduración. Por muchos años fue la “religión de los libros” entre los paganos, que observaron extrañados a un pueblo que atesoraba sus escritos, meditaba en ellos y oraba a un Dios que no se hacía visible en objeto alguno. Hasta que por fin Dios decide liberar a su pueblo del yugo babilónico, tal y como lo había profetizado Zacarías (Zac 1,3) los llama a su encuentro, una vez más. Es así como el pueblo judío emprende el camino de vuelta hacia esa tierra prometida que casi mil años atrás Dios le había dado, con la orden divina de “reconstruir el Templo para su Dios” (Esd 1). Bienvenidos…

El Templo de Zorobabel

Historia

En el 537 a.C., se produce la caída del imperio babilónico profetizada por Jeremías (Jr 50,1-3), a manos de Ciro rey los persas, cuyo espíritu es “despertado por Dios” (Esd 1,1) para que su pueblo sea liberado, y Jerusalén al igual que su templo, sea reconstruido. Así en el 538 a. C., bajo el dominio persa, el pueblo judío emprende el regreso a los territorios de “la tierra prometida”.

Fue un arduo camino de regreso, que seguramente se hizo en varias oleadas. Por fin, en el segundo año del retorno a Jerusalén, Zorobabel, que lideraba entonces al pueblo judío, junto con el sacerdote Josué dan inicio a las obras de reconstrucción del templo (Es 3,8), las que duraron casi veinte años. Para la primavera del 516 a.C., finalizan las obras del templo, estando para entonces el rey Darío al frente del imperio persa, que seguía teniendo dominio sobre los territorios de palestina.

Mientras el rey Ciro aún vivía, hizo devolver todos los utensilios que los caldeos (babilonios) habían robado del templo en el momento de la invasión (Esd 5,14 y 15). En cuanto a la arquitectura del templo reconstruido por Zorobabel, las sagradas Escrituras no nos dan indicios como para suponer que haya sido muy diferente a la del templo original construido por el rey Salomón. Se presume que, de todas formas, dada la situación no habría contado con la suntuosidad y el lujo de su predecesor y posiblemente también haya sido más modesto en su monumentalidad que el original, de todas formas, resultaba un edificio por lo menos imponente comparado a cualquier templo edificado en esa época.

El templo de los samaritanos

En primer plano la cumbre del monte Garizím, donde los samaritanos erigieron el templo cismático. Por detrás, la cumbre del monte Ebal, y en el valle la antiquísima Siquem .

Hubo en los años del retorno de los exiliados, muchos desencuentros con los habitantes de la región, y sobre todo con los habitantes de Samaría. Dicen las escrituras que los habitantes del país le habían ofrecido colaborar con la reconstrucción del templo a los recién llegados, pero como dijimos anteriormente, la situación cismática del pueblo samaritano por un lado, la sospecha de idolatría sobre los que residían en palestina para entonces por otro, sumado a una fuerte propensión de un pueblo que acababa de retornar del exilio, a refundar su identidad de “pueblo elegido” que debía conservarse limpio de toda mezcla de sangre con los que consideraban paganizados, llevaron a los judíos a decidir no mantener relación alguna con los pueblos del lugar, y reconstruir por sí mismos tanto Jerusalén como el Templo. Todo esto no haría más que aumentar la tensión entre unos y otros, culminando la cuestión con la construcción de un templo en Siquem, sobre el monte Gerizim, donde se llevaría adelante el culto cismático de los samaritanos, que inclusive instituyeron una nueva casta sacerdotal. El Templo del Gerizim, así como la ciudad misma de Siquem, fueron destruidos en el año 128 a.C. a manos de Juan Hircano, etnarca y sumo sacerdote de Judea, de la familia de los asmoneos, luego de la independencia de Israel conseguida por los Macabeos en el 164 a.C., esto nos da una idea de hasta donde había escalado para entonces el odio entre judíos y samaritanos.

La profanación del Templo de Jerusalén

Luego del periodo de la dominación persa que atraviesa el pueblo judío y del cual se conservan muy pocos o casi ningún dato o información relevante, Israel junto con todo el Levante (parte de Asia y África) cae bajo el dominio helénico, a raíz de las conquistas de Alejandro Magno en el siglo IV a.C.

Tras la prematura muerte del joven conquistador, a finales del siglo IV a.C., se produce el reparto de las tierras conquistadas entre sus generales, quedando dentro otros territorios conquistados de Egipto y la Palestina, bajo el dominio de la dinastía Lágida, y Siria y Babilonia bajo la dinastía Seléucida. Esto permaneció más o menos así por casi doscientos años, con guerras territoriales entre ambos reinos (el Lágida o Ptolemaico y el Seléucida), muchas de las cuales tuvieron lugar sobre tierra palestina. Durante todo este periodo, Jerusalén se bambolea en un peligroso vaivén de buenas relaciones con uno y otro reino, que por momentos alcanza altísimos niveles de tensión, como cuando llega a sufrir el saqueo de su templo de manos de los seléucidas, pero cerca del 200 a. C., estos últimos consiguen el dominio sobre los territorios de palestina, y el proceso de helenización del pueblo judío, llevado a cabo por los Ptolemaicos por más de un siglo, se aceleró violentamente, convirtiéndose en una sangrienta persecución religiosa por parte de los nuevos conquistadores. La institución sacerdotal fue violentada mediante el reemplazo de los sumos sacerdotes por verdaderos impostores que respondían a los conquistadores de turno; en Jerusalén el Templo fue profundamente profanado a tal punto que en determinado momento fue convertido en templo de Zeus. Los judíos devotos perseguidos, y obligados a abandonar sus costumbres y ritos. La abstinencia de algunas carnes consideradas impuras y la observancia del sábado, por ejemplo, fueron motivo de castigos como la tortura y la muerte, entre otras medidas atroces que se tomaron con el fin de borrar del mapa la religión judía y el culto a Yahveh (Dios), que impedía instalar definitivamente en palestina y entre el pueblo judío, los criterios helénicos que, irónicamente, se consideraban a sí mismos los pilares de un mundo “más culto”. Esta gran persecución, y una serie de elementos históricos coyunturales, detona la revuelta macabea (narrada en las sagradas Escrituras en el libro de los macabeos) que termina en el 164 a.C. con la independencia del pueblo judío respecto de los Seléucidas y de cualquier otra dominación. Posteriormente, los judíos dueños de su territorio nuevamente, emprenden los trabajos de restauración del profanado templo de Jerusalén, que luego de realizados los ritos de purificación correspondientes, celebran la re-dedicación del Templo a Yahveh, que luego se conmemorará anualmente en la fiesta del Janucá o Hanuchah (en el nuevo Testamento, vemos como Jesucristo honra esta fiesta con su presencia, Jn. 10, 22).

Continúa…

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